David Cronenberg ingresa, con esta pieza de “art cinema”, al mundo de la filmación en 35 mm. También fue su primer trabajo de “larga” duración, un mediometraje de 65 minutos en el que su visión retorcida de la realidad y la inquietud por experimentar con la polémica empiezan a abrirse claramente camino.
No es un film fácil. Una de sus principales características es la ausencia de sonido ambiente. Cada tanto sólo se oye una voz en off (a veces masculina, a veces femenina) soltando una catarata de teorías pseudo-científicas difíciles de digerir debido al uso de abundante terminología que busca pasar por académica.
¿La exclusión del audio nació como un intento del director de potenciar el clima opresivo de la historia? Para nada. Estamos ante uno de los tantos casos en el que las dificultades técnicas contribuyeron a mejorar el resultado final de manera fortuita. Como sucedió, por ejemplo, en la escena del Tiburón de Spielberg en la que el escualo se manifiesta a través del movimiento de unas boyas (recordemos que la idea surgió ante la necesidad de seguir filmando sin el animatronic, que había sido consumido por el agua salada). En el caso de Stereo, la cámara utilizada era algo tosca y emitía un ruido tan fuerte que hacía imposible la grabación limpia del sonido directo. Lo que llevó a Cronenberg a omitir todo sonido ambiente, con resultados más que interesantes.
No obstante la buena acogida que tuvo en diversos festivales de cine independiente -lo que le valió una beca de la Canadian Film Development para filmar Crimes of the Future-, el director no guarda buenos recuerdos de ambos mediometrajes: "la dirección que tome en esa época estaba influida por las películas under que se hacían en Nueva York; necesitaba experimentar por ese lado para crecer. Pero Crimes... y Stereo fueron para mí un callejón sin salida, simplemente decidí no hacer más esta clase de películas”.
Stereo no es para todo el mundo. Carece de una estructura narrativa convencional y su final resulta abrupto. No obstante posee dos características que la hacen particularmente interesante. Por un lado, cuando uno “sintoniza” con las intenciones del director, no puede quitarle los ojos de encima. Hay cierto poder hipnótico en las imágenes que impiden abandonarla, aún cuando no alcancemos a entender certeramente lo que ocurre.
Además resulta imprescindible para los seguidores de Cronenberg, ya que estamos ante el germen de películas como Shivers y Scanners, dos de sus clásicos setenteros con telépatas y excesos sexuales como protagonistas.
Fragmentos
En definitiva, el primer paso de un cineasta que logró conformar por igual a crítica y público con sus retorcidas historias de amor y enfermedad y que debe verse.
¡ASÍ SÍ!: Digno experimento de un Cronenberg saliendo del cascarón, a pesar de sus innegables fallos.
¡ASÍ NO!: Obliga a mantener una atención desmesurada en la cháchara pseudo-científica. Posee la presuntuosidad propia del cienasta novato que busca innovar a toda costa.
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